Algunos de los testimonios que, de manera sorprendente, -sólo que con diferentes actores, circunstancias y matices-, he visto repetirse a lo largo de mis años como docente y facilitador de los talleres de liderazgo en los que he tenido el privilegio y la dicha de participar, son precisamente aquellos que describen historias de la vida misma, en las cuales muchas veces, el ideal, las legítimas expectativas y la satisfacción de las necesidades ciudadanas, son defraudadas por la mezquindad de unos pocos, o incluso -a veces- por el egoísmo, la ambición desmedida y la soberbia de tan solo un caudillo.
A través de esos testimonios, he podido constatar cómo en distintas ocasiones, en lugares y localidades distantes, autoridades nombradas a través del voto popular para gestionar y resolver los problemas más acuciantes de los ciudadanos a los que representan, asumen la enorme responsabilidad que se les ha delegado como si de un premio o reconocimiento al orgullo personal se tratara; olvidando por completo las razones y fundamentos por los cuales fueron elegidas. Esas autoridades, al actuar de esa forma, traicionan por completo los anhelos y esperanzas de quienes votaron por ellas; y, lejos de erigirse en ejemplos de liderazgo, honestidad, compromiso y sacrificio, que la ciudadanía tanto ansía y necesita; terminan convirtiéndose en envanecidos verdugos de las ilusiones de los miles de seres humanos que confiaron en ellas. Destruyendo, una y otra vez la fe depositada.
Esas historias a las cuales me refiero, me han golpeado de forma tan sensible, que, aunque resultan dolorosas, siento que debo compartirlas con ustedes -por lo menos algunas de ellas-, a fin de reflexionar, y, a partir de ello, obtener las lecciones que nos ayuden a encontrar mejores caminos, que los recorridos hasta ahora.
Aunque ocurrió hace más de quince años, esta es, por ejemplo, una de esas historias que recuerdo como si fuera ayer. Luis decidió contarnos a todos los participantes del taller, su experiencia más extrema como líder y ex regidor de su localidad. Sus palabras expresaban la decepción que aún sentía y que, por su intensidad, hasta ahora me resultan imposibles de olvidar. “Profesor, como se habrá podido percatar, cerca de la ciudad tenemos un río caudaloso que lleva sus aguas al mar. Sin embargo, en mi pueblo no tenemos agua”.
Luis, había sido regidor de la hermosa ciudad en la que había nacido, y, se quejaba con bastante amargura del final de esa experiencia. “Sabe profesor, -continuó con tristeza y profunda frustración-, cuando fui regidor hace ya un buen tiempo; de la mano con las autoridades municipales y el alcalde, desarrollamos con gran ilusión, un proyecto que en unos cuantos años habría permitido llevar agua potable durante las 24 horas del día a toda la población de mi ciudad; incluyendo a los distritos de la periferia, algunos de ellos muy pobres”.
“Cerca de aquí pasa un río torrentoso que sigue un largo recorrido hasta la costa, en donde sus aguas se pierden en el vasto mar. Durante mi gestión trabajé junto al alcalde y al equipo técnico de mi partido con el propósito de perfeccionar un proyecto que permitiera que esas aguas del río fueran mejor aprovechadas. Sobre todo, para dotar del líquido elemento a toda la población de mi ciudad. Lamentablemente, el partido que ganó la siguiente elección y que nos sucedió, era el más encarnizado rival de nuestra agrupación política. Éramos como el agua y el aceite. Por si fuera poco, el alcalde saliente y el alcalde recién elegido eran enemigos mortales”.
Absolutamente impactado por lo que decía Luis, y sobre todo por lo que intuía que podría proseguir, nuestro líder continuó su relato. “En la última reunión de coordinación para la transferencia ordenada de la administración municipal, mi alcalde -que acababa de culminar su mandato- le pidió a la nueva máxima autoridad municipal que -por favor- terminara el proyecto de abastecimiento de agua. Sin embargo, y para sorpresa de todos nosotros -sentenció Luis- la respuesta de la flamante autoridad fue tajante “¡Ni hablar! Todos saben que ese es tu proyecto. Yo tengo otros proyectos más importantes. Nunca, en lo que tenga de vida realizaré obra alguna promovida por ti. Eso no lo permitiré jamás. De ninguna manera ensalzaré tu gloria. ¡Ese proyecto está cerrado para mí! Concluyó para estupor de los presentes”.
Al finalizar el recuento de tan amarga experiencia, en medio del murmullo indignado de los participantes del taller, Luis agregó, con voz entrecortada lo siguiente, “hace más de diez años de esto y mi pueblo se sigue muriendo de sed. Tenemos el mismo río caudaloso cuyas aguas se pierden en el océano, y nuestra ciudad sigue sufriendo de restricciones y racionamientos. Todo eso sin contar que el agua que consumimos es de pésima calidad y no llega a toda la población que la necesita. Aunque parezca mentira, a pesar de la existencia del proyecto y del tiempo transcurrido, la escasez de agua continúa”.
Hasta hace no mucho, al preguntar por la situación de algunas de esas hermosísimas ciudades que alguna vez recorrí con sobrecogedor asombro, por la poética belleza con la cual la providencia las ha bendecido, y que además, se encuentran llenas de testimonios vivientes de las proezas de nuestra civilización y de nuestra cultura que hacen que nos sintamos tan orgullosos de nuestra historia y nuestra tierra; confirmo de igual modo que, en algunos casos, aunque los ríos siguen siendo caudalosos, buena parte de sus aguas aún se pierden en el mar, y, que son muchos nuestros compatriotas, los que continúan padeciendo de la sed de siempre. El problema sigue siendo el mismo, -como decía Luis-, “el río es caudaloso, pasa cerca de aquí, y -aunque parezca una broma sin sentido-, no tenemos agua. Mi gente todavía tiene sed”.
Como resulta evidente, esta no es una historia con final feliz. No hay duda que podríamos reflexionar durante horas sobre el negativo y dramático impacto que hechos y acciones como los descritos tienen directamente sobre la calidad de vida y la confianza de muchísimos de nuestros conciudadanos.
No obstante, testimonios como los de Luis, -que resultan tan dolorosos como llenos de frustración y amargura-, son importantes que los conozcamos, porque sólo así, es posible comprender que los intereses del país, de los ciudadanos y de las comunidades de cada confín del Perú, deben estar siempre por encima de los intereses subalternos, contiendas personales, u odios e inquinas de unos grupos contra otros.
El ser humano tiene un poder creativo tanto como destructivo, y depende de cada uno, elegir. De lo que no queda duda, es que el peor enemigo de un peruano, no debe ni puede ser otro peruano.
Así como en la ciudad de nuestra historia, hace tanta falta el agua; también es verdad que, como el líquido vital, se necesitan nuevos líderes que puedan hacer la diferencia. Líderes que estén dispuestos a edificar, y de forma cooperante y pragmática, luchen con denodado esfuerzo y con integridad para resolver de la mejor manera los problemas que nos afligen. La verdadera sed que padecemos, es sobre todo esa. Necesitamos líderes. Nuevos líderes en todos los campos. Líderes comprometidos y con valores, con vocación de servicio y que trabajen por un fin superior con pleno respeto por la democracia, la libertad y el Estado de Derecho, con todo lo que eso, por supuesto, significa; y, muy en especial, pensando en los que más sufren. Nuestro país tiene demasiada sed. Nuestra sed no es sólo de agua, nuestra sed es también de líderes auténticos.