Verlo en el aeropuerto con su andar lento como la última vez que vino al Perú era casi imposible, a pesar de ello, Marianito no despegó la cara de la ventanilla del avión a ver si su abuelito estaba allí esperándolo como hacía tres años, claro que mamá Gringa lo fastidiaba con la cantaleta de que tu abuelito está más en la otra que en ésta, ya no se da cuenta de nada, sólo falta que se haga la pichi en el pantalón, no sé para qué quieres venir al Perú a visitarlo si ni te va a reconocer, para eso no me fui a vivir a los Yunaites hace años pues hijito. Desde la pista de aterrizaje, cuando bajó, tampoco pudo verlo y es que don Eliseo no había venido a recibirlo, ¿viste mocoso porfiado?, solo te traigo por tus buenas notas, deberíamos pasar la Navidad en Disneylandia como tus amiguitos. La vieja casa al fondo de la quinta, casi cubierta por las enredaderas y las luces navideñas, la emocionó un poquito, viste que aquí pasé mi infancia junto a mis hermanas, saluda a tus tías Marianito y ellas qué grande tu hijo y la cantidad de sobrinos que ni puede distinguir la jalonean para darle un beso, hola tía Gringa y para sus adentros, ¿qué nos has traído?
Eliseo tiene la cara apoyada en la ventana. Afuera, bajo la garúa de un invierno común, la ciudad prosigue su despreocupada marcha mientras el médico le dice escoja usted señor Eliseo, su esposa o el bebé, mire que se pueden morir los dos y él, haga usted lo posible por salvarlos a ambos y un silencio terrible que le responde, una sala de operaciones que no se abre aunque vayan pasando las horas y él, junto a sus dos hijitas mayores, pidiéndole a Dios sálvalos por favor, Tú todo lo puedes. Incontables horas después ese mismo doctor que le exigía la elección viene a decirle, esto es un milagro, oiga usted, felicidades por su nueva hijita, mírela nomás qué gringuita le salió, su esposa está fuera de peligro. A los cinco días, la bebé traspasó el umbral de la puerta de una casa cubierta por muchas enredaderas al final de una quinta.
Marianito, limpiándose la cara de tanto beso que le dieron, busca entre las caras pintadas y los enormes peinados de sus tías a su abuelito Eliseo, hasta que ellas le dicen mi papá ya no baja, apenas si camina, nos da mucho trabajo pero él parece pasarla muy bien porque no se queja de nada, sube a ver si se acuerda de ti. Y mientras Marianito vuela por las escaleras, la tía Gringa, cual Papá Noel, abre las maletas llenas de regalos, de un rato subo a ver a mi papá. Se miraron y tardaron algo en reconocerse ya que a sus edades, tres años son mucho tiempo pero allí nomás están los dos abrazados, llorando de emoción. Las tías que lo vieron todo, bajaron comentando qué raro que mi papá lo haya reconocido si a veces se olvida hasta de nosotras que vivimos aquí con él y la tía Gringa más oportuna que nunca, en Estados Unidos se lleva a los viejos a unos asilos de primera para que no den trabajo a la familia, los gringos piensan en todo.
Los días previos a la Navidad parecieron ser todos iguales, con la tía Gringa sentada en la sala, repartiendo regalos a cuanto pariente viniese a visitarla y a preguntarle qué tal te va en los Estados Unidos. Ella les contestaba que muy bien, allá el que trabaja triunfa y en cuestión de amores, si alguien te gusta estás con él y no pasa nada; además eres madre cuando estás lista, no antes, tú sabes, el aborto es legal allá donde vivo, si la mujer es dueña de su cuerpo, nadie se tiene que meter, en eso nos llevan siglos de ventaja, si me hubiera dado cuenta antes a lo mejor ni tenía a Marianito, no, no, no, claro que lo adoro pero a veces un hijo te estorba para salir adelante y peor si como yo, no me dio la gana de casarme. Mientras tanto, Marianito se la pasaba jugando con el abuelo Eliseo, escuchando villancicos que les encantaban y ayudándolo a caminar alrededor de la cama para que haga algo de ejercicio, él decía que lo notaba cada día mejor pero sus tías no lo escuchaban y venían al cuarto del abuelo sólo para darle su comida y sus remedios. La tía Gringa, por supuesto, no paraba de hablar de la eutanasia que ya debían aplicarle a su papá porque así como estaba, sufría él y también ella que tanto lo quería. Marianito se preguntaba cómo podría saber eso su mamá si nunca subía a ver al anciano que además no se quejaba de dolor alguno.
La Navidad se acercaba, estaban todos locos con la idea de una junta de familia para decidir qué hacían con su papá, no es posible que esté metido en ese cuarto, yo sé que está sufriendo y arriba, Marianito y don Eliseo adornaban un arbolito navideño, al menos lo deberían poner en un asilo, si me quedo a vivir en el Perú no voy a perder mi tiempo con él, me quedaría a trabajar y sus hermanas, ¿no te acuerdas que le debes la vida, que si se decidía a salvar sólo a mamá tú no estarías aquí? Ellas les respondía que sí, ya sé pero yo no le pedí nada, no me vengan que ha sido padre y madre para nosotras desde que mamá murió años; luego, cuando yo esté vieja que Marianito me ponga mi inyección y de allí al horno nomás, ja, ja, ja, mi papá ya no sirve para nada y sus hermanas que la vida de los hombres le pertenece a Dios y los yernos con el vaso de whisky, mirándose sin decir nada. Las reuniones prenavideñas terminaban en un baile hasta el día siguiente en que se les ocurría pensar que la música podía estar muy alta para don Eliseo, no, si el viejo ya no escucha nada y sólo Marianito desde la noche anterior, poniéndole algodones en las orejas y durmiendo junto a él luego de leerle un cuento.
La idea de salir a discutir el problema de don Eliseo y planificar la cena navideña fuera de casa los entusiasmó tanto que cada día se demoraban más y se iban hasta la playa, todo lo hacían porque si mi papá nos escucha se puede asustar el pobre, en eso tienes toda la razón, apúrense, saca la cerveza. Marianito nunca quería ir para quedarse con el abuelo, ay este muchacho loco, vamos a la playa, si mi papá no te entiende ni reconoce pero él sabía que sí y no le hacía caso a su mamá, entonces le das tú sus remedios cuando se vaya la muchacha a las cinco. La Noche Buena la pasaron en el campo con la idea de mañana sí nos decidimos, pobrecito mi papá cómo debe estar sufriendo pero don Eliseo envejecía cada día sin dolor y no lo notaba porque Marianito se las ingeniaba para hacerlo reír todo el día.
Fue Marianito el que lo encontró muerto a la mañana siguiente, en medio de su llanto, el niño comprendió que Dios se lo había llevado justo el día preciso pero que fueron felices los dos, en ésta, su Navidad en el Perú. Sabía que lo tendría junto a él en el aeropuerto el día en que se fuera, aunque mamá Gringa dijese todo lo contrario.