La llegada de un partido marxista leninista mariateguista puede generar fundadas preocupaciones en quienes creemos en la libertad. El marxismo leninismo es colectivista, autoritario y pretende la planificación económica. Esto es absolutamente incompatible con la concepción de que el individuo sea centro de sus ambiciones. El liberalismo se erige como defensor de derechos y libertades, así como de la limitación del poder y contrario a los colectivismos, sean de izquierda o derecha.
Durante la campaña y en su breve mandato, Perú Libre, a través del Ejecutivo y el Legislativo, se ha manifestado por reprimir los mercados libres, la seguridad jurídica y la propiedad privada. Ni qué decir sobre el desinterés por la igualdad ante la ley. Estos populismos llenos de misticismo paternalista se encargan de vender a la población la idea del Estado grande y buscar un “enemigo del pueblo”. La lucha de clases es otra estrategia política, aludiendo una diferencia entre limeños y provincianos, ricos y pobres, empresarios y trabajadores y, en esencia, intensificar las contradicciones.
No obstante, se enfrentan a un severo contrincante: La especial oposición de Lima y el norte del país que, demográficamente, siguen siendo muy relevantes. Poco efecto podría tener hoy esa reiterativa frase del Presidente Castillo “Lo que quiera el pueblo”, cuando el pueblo no necesariamente está de su lado. En términos marxistas, el día de hoy no están dadas las condiciones para una revolución socialista. Sin embargo, eso es hoy y más adelante, la situación puede ser susceptible de ser modificada, ya sea por la creación de un relato o la realidad.
Quienes no creen en la democracia han buscado el poder por las vías democráticas. Su elección cuenta con una legitimidad inicial, pero esa legitimidad se desgasta rápidamente en países como el Perú. Si no hay una respuesta política seria, esa visión antidemocrática y populista se mantiene con subsidios y farra fiscal. Pero a largo plazo, solamente se mantiene por la fuerza. Es que el populismo no está interesado en las libertades civiles, la división de poderes y la pluralidad de opiniones.
En la práctica, el marxismo leninismo se traducirá en populismo, con lo cual ya no parece una ideología, sino una forma de hacer política que, cual camaleón, se adecúa a cualquier forma en función del contexto. El fondo del asunto consistirá en que el Estado deberá resolver la vida de la población, dando vivienda, alimentos y dinero, bajo la falacia de la gratuidad. Este paternalismo estatal no es novedad, sino que se trata de un concepto instalado que ha perdurado largo tiempo y los políticos tienen temor de contradecir porque puede restarles votos. Romper paradigmas toma tiempo y por eso, advertimos que casi todos los políticos tienen, en el mejor de los casos, un discurso socialdemócrata.
Se ha despreciado totalmente la concepción de tener un respeto irrestricto por el proyecto de vida del prójimo, definición que don Alberto Benegas-Lynch hijo le dio al liberalismo. Es el fundamento de vivir y dejar vivir al prójimo. Cada individuo debe vivir como desee, respetando que los demás tengan expectativas diferentes. Y este gobierno es antiliberal en esencia. Además, tiene un tinte eminentemente conservador, pues demuestra un temor a lo nuevo en materia de libertades sociales. Muchos conservadores aspiran a imponer su visión de la vida por la fuerza, tiene afición por el autoritarismo y eso se aplica a la manera en cómo funciona el mercado. Por ende, esta mezcla de socialismo económico y conservadurismo extremo en lo social, es peligrosa por partida doble.
Hoy vemos la punta del iceberg, mañana podremos ver cómo se inunda el Titanic y no habrá botes para salvarnos a todos.