Desde el mes de junio del presente año, con la elección de Pedro Castillo como presidente, se comenzó a extender el uso de una serie de calificativos hacia las personas que habrían propiciado el ajustado triunfo de la izquierda en razón de su presunta irresponsabilidad. Así fue que se acuñó el término “cojudignos”. Sobre el uso del término descrito, dícese que representa a toda persona que, durante la segunda vuelta electoral, decidió apoyar a la opción de izquierda por considerar que representaba un menor daño a la dignidad y memoria del país y que, ahora, tras los anuncios y la improvisación demostrada por el gobierno entrante, habría evidenciado su ingenuidad y poco discernimiento electoral.
No es el objeto del presente artículo hacer un análisis sobre la segunda vuelta electoral, considerando que los resultados ya han sido corroborados y oficializados por las instancias pertinentes. Por el contrario, lo que se busca es analizar cómo viene siendo concebida la figura de los denominados “cojudignos” y por qué el discurso contra estos podría conllevar a una serie de repercusiones contra la democracia.
Al respecto, sí debemos recordar que los días posteriores a la segunda vuelta electoral se caracterizaron por una serie de enfrentamientos entre dos facciones claras de la población: por un lado, estaban los simpatizantes del partido Perú Libre, muchos de los cuáles viajaron desde provincias con el fin de acompañar a su candidato; y, del otro lado, estuvo un conglomerado de agrupaciones defendiendo lo que llamaban el “voto democrático”, donde se aludían valores patrióticos que motivaban a sus simpatizantes a no respetar los resultados electorales, aduciendo un supuesto fraude electoral y acusando al gobierno entrante de significar un peligro a la democracia por sus ideas de izquierda.
Fue precisamente la radicalidad de estos grupos la que elaboró toda una campaña de desprestigio hacia los supuestos “responsables” de la derrota de la candidata de derecha. Así, según los registros consignados en Internet, el término “cojudigno” habría sido acuñado por el cineasta Javier Ponce Gambirazio desde el día 11 de junio mediante un post en la red social Facebook. En dicho post, se pueden desprender algunas de las características de un denominado “cojudigno”: personas jóvenes, ingenuas, rebeldes hacia la derecha, antifujimoristas.
De esta forma, se podría hacer una clara relación entre este término y lo que antes era llamado un “chibolo pulpín” (término utilizado para ridiculizar a los jóvenes durante los últimos años del gobierno de Ollanta Humala). De esta forma, el “chibolo” ya no es tan joven -ha pasado casi cinco años desde el humalismo-, y ya no es “pulpín” -sino que, en la mayoría de casos, ya culminó sus estudios superiores.
De esta forma, los grupos más allegados a la derecha iniciaron una campaña de desprestigio hacia aquellos personajes públicos (políticos, periodistas, escritores, actores, etc.) que no apoyaron la “causa democrática” en contra del candidato de izquierda, iniciando una campaña viral en redes sociales donde, incluso, se publicaron datos personales de los referidos, con el evidente fin de exhortar agresiones hacia estos.
Así, desde el día 12 de junio (según registros consignados en Twitter), se inició una campaña masiva denominada “Chapa a tu Caviar”, la cual estaba inspirada en la criminal campaña “Chapa tu choro y déjalo paralítico”, promovida hace algunos años por algunos colectivos vecinales contra la delincuencia común, promoviendo la justicia extrajudicial con una clara sed de venganza hacia los delincuentes y ante la inacción de las entidades estatales, obviando todo respeto hacia el debido proceso y los derechos fundamentales.
Cabe mencionar que el término “caviar” suele ser empleado por ciertos grupos de derecha para ridiculizar a algunas personas con ideas más críticas hacia los referidos y que, incluso, llegan a encontrar consensos con algunas ideas de izquierda. Bajo esa lógica, muchos de los denominados “caviares” terminaron votando a favor de la candidatura de Pedro Castillo y vendrían a ser catalogados como “cojudignos”. Tan concreta fue la amenaza hacia los derechos de los referidos, que el Ministerio Público inició una investigación preliminar buscando identificar a los responsables de esta campaña de persecución, sin mayor éxito.
No obstante, las agresiones hacia los denominados “cojudignos” no pararon, sino que, todo lo contrario, se arraigaron en el lenguaje coloquial de buena parte de la ciudadanía. De esta forma, es común ver cómo, ante cada nueva impericia de parte del gobierno de turno, se hace un llamado a los “cojudignos” para que hagan catarsis sobre su voto en segunda vuelta, con un claro fín burlesco y humillante.
Más allá de las discrepancias que existan en un país – lo que es normal en una democracia-, el mayor problema detectado es ver cómo se ha venido relacionando la defensa de la dignidad colectiva con la ingenuidad, con la torpeza, con la rebeldía, con el odio e, incluso, con el comunismo. Lo anterior solo nos puede llevar a un escenario donde la dignidad sea colocada en un rol secundario, como si de un sinónimo de credulidad se tratara.
De esta forma, no solo se legitiman todo tipo de agresiones hacia las personas que suscriben un modo diferente de plantear cuál debe ser el rumbo del país, sino que esta percepción dinamita las bases esenciales de la democracia, legitimando una declaración de guerra hacia aquellas personas que, bajo su propia percepción del país, deciden apoyar una determinada opción política.
La lógica de “tienes que votar como yo para salvar al país” no hace sino convertirnos en seres pasionales, obviando el compromiso como ciudadanos de asegurar el respeto a las libertades de opinión y expresión de otros. La lógica descrita incluso llega a cegarnos frente a nuestro propio accionar y las repercusiones que podría tener, haciendo que uno perciba al otro no como ciudadano, sino como enemigo público, el que merecería, por su accionar, mi desprecio y mi rechazo.
Por supuesto que el bien común debería ser la principal directriz de los ciudadanos para guiar sus decisiones; no obstante, ello no debería ser motivo para restringir arbitrariamente la capacidad para ponderar una decisión con los principios y valores personales de cada uno. La pluralidad en el pensamiento no debería ser enemiga de la democracia, todo lo contrario, nos permite adentrarnos en un escenario donde la persuasión y la capacidad de llegar a consensos debe marcar una pauta.
La democracia está en peligro, pero no solo por la amenaza de un gobierno de izquierda -el cual solo ha mostrado improvisación y falta de capacidad para llegar a acuerdos con otras fuerzas políticas-, sino también por la clara tendencia a menospreciar conceptos como el de dignidad, el cual debe ser el pilar esencial que guíe la vida democrática de la nación. Si no existe la voluntad para hacer autocrítica sobre ello, la dignidad está destinada a ser solo una cosa de cojudos.