Este mes los peruanos recordamos el Combate del 2 de mayo de 1866, que marcó el fin de una corta guerra contra España y fue una respuesta al nombramiento de un Comisionado Regio, funcionario de la entonces extinta época colonial.
Ante este signo que no respetaba nuestra independencia, que se creía intocable, los peruanos de toda condición social y económica se unieron para defenderse.
La superioridad de la escuadra española en cuanto a poder de fuego superaba largamente a nuestras defensas en tierra y pequeños buques. Se estima que la proporción era de 245 a 45.
Sin embargo, esa desventaja no se tradujo en temor ni el derrotismo, porque el entusiasmo y el patriotismo unieron a los peruanos para enfrentar a ese enemigo común, cuyo resultado fue el triunfo.
Detrás de los pocos buques, defendía el Callao un cañón rebautizado como “el Cañón del Pueblo” porque para su fortificación e instalación se presentaron más de 10 mil voluntarios. Personas de toda extracción social se hicieron una para trabajar con barro, piedras, arena. Militares en situación de retiro lo tomaron a cargo. Expresidentes, exgenerales, alcaldes, voluntarios en funciones de rescate y bomberos, las mujeres en la labor de hilar y coser lo que el ejército necesitase; todos se unieron, según narra el portal web Enterarse, que cita a Basadre.
Así como en 1866 dábamos por sentada nuestra libertad, el Perú del siglo XXI creía que la democracia era un bien inalienable y que pese a disoluciones y vacancias, hechas al filo de la legalidad, la Constitución siempre terminaría imponiéndose para dar las directrices con las que superar cuanta crisis constitucional se presentase. La alternancia, el respeto a derechos como la libertad individual y de empresa, la libertad de expresión y de prensa, el desarrollo de la personalidad, la libertad religiosa y de culto, el ser parte de un partido político o postular a cargos públicos son derechos con los que vivimos durante muchos años.
Hoy como el año 1866, en el que se nos mandó un funcionario colonial a un Perú independiente, hay un candidato que sin tapujos anuncia que violará la Constitución al convocar a una Asamblea Constituyente en busca de crear la enésima carta magna. Esto dice muy poco de la madurez de nuestra nación que cumplirá 200 años de vida independiente ante esas oscuras amenazas. Igual de grave sería cerrar el Tribunal Constitucional y la Defensoría del Pueblo, entidades que existen para controlar a los detentadores del poder y resguardar al ciudadano común.
Peor aún, el mentor de Pedro Castillo, Vladimir Cerrón, ha dicho que si un izquierdista llega al poder es para quedarse, lo que implica un rompimiento con el orden constitucional vigente.
Todo quedaría en manos de lo que Basadre llamó el partido político más antiguo del Perú: el ejército, es decir, las fuerzas armadas. Desconfío de su apego a la democracia, no está vivo Miguel Grau que como marino la defendió. Confiemos mejor en nuestro voto y cortemos esta amenaza de raíz.
La amenaza sin embargo es mucho mayor. El candidato Pedro Castillo fue dirigente del Conare Sutep, que contó con el apoyo del Movadef, en la disputa contra el Sutep tradicional, manejado por Patria Roja.
Cuando Abimael Guzmán fue capturado, le dijo muy sereno a Ketín Vidal, tocándose la sien, que la semilla que él había sembrado quedaría en la mente de la gente, él asumía su captura como un recodo en el camino, no dudaba que sea por las armas o por los votos, su trasnochada ideología sería implantada en el Perú.
Es hora de que todos los peruanos de bien, que amamos a nuestro país y que creemos que la alternancia en el ejercicio del poder es la mayor garantía de respeto a los derechos fundamentales, nos unamos, así como esos patriotas de toda condición en 1866.
El sistema de economía social de mercado ha permitido a muchos compatriotas salir de la pobreza y pobreza extrema, muchos pequeños empresarios pujantes dan trabajo a otros peruanos y, aunque hay mucha informalidad, la solución no es abolir esa propiedad privada ni para el gran, mediano o pequeño empresario.
Observemos la actitud de los políticos de hoy, algunos que fueron recientes candidatos presidenciales no hacen un claro deslinde entre democracia y dictadura, entre el respeto a los derechos fundamentales y comunismo. Este 6 de junio, nuestro amor al Perú no se demostrará cebando un cañón sino yendo a votar -y no en blanco o viciado- para garantizar que ese derecho se pueda ejercer cada cinco años y que el candidato y grupo político que pretenden conseguir lo contrario sean derrotados y que sus sueños de perennizarse en el poder queden sólo como tales y no se plasmen en la realidad.