14 / 03 / 2021

EL MIRAFLORINO

Mi pasión por el fútbol siempre fue algo que me acompañó desde los primeros años de mi vida. De adolescente, esa pasión se transformó en una práctica constante, en especial con mis amigos del barrio. Nuestra ilusión por el fútbol era, sin lugar a dudas, inversamente proporcional al talento que teníamos para jugarlo. Sin embargo, más allá de los malos resultados, nadie nos podía quitar el enorme gozo de disfrutar de cada juego como si fuera el último. Por supuesto, hasta que llegó Pepe, “El Miraflorino”. Sí, el del apellido escandinavo impronunciable, con pinta de vikingo, pero que era más peruano que el “wayno y el cuy chactado”. Desde que “El Miraflorino” se integró a nuestro equipo, comenzamos a ganarlo todo. Por esa razón se convirtió en nuestro ídolo, pero muy en especial, y para mí, en un excelente amigo. Pepe vivía en Miraflores, de allí que lo llamáramos “El Miraflorino”, y su posición económica familiar era excepcionalmente privilegiada. Vivía en una suntuosa mansión, en una de las mejores zonas de Miraflores, con mayordomo incluido, y llena de grandes lujos. “El Miraflorino” tenía siempre las últimas novedades tecnológicas del momento. La mejor bicicleta. La moto último modelo que parecía un avión; y, cuando ingresó a la universidad, un espectacular y flamante auto deportivo, que provocaba la envidia de todos los alumnos de la ciudadela universitaria.

A pesar de esa vida aparentemente deslumbrante, mi amigo “El Miraflorino” era un tipo sencillo, campechano y de un corazón enorme; además de muy disciplinado y dedicado a los estudios. Por esa razón, su paso por la universidad -la más cara de Lima-, en donde estudió ingeniería industrial, se produjo sin contratiempos y con marcado éxito. Todo parecía ser para él, una historia de ensueño; hasta que las cosas, como suele ocurrir tantas veces en la vida, tomaron un giro inesperado.

Su padre, que era un alto ejecutivo de una corporación muy importante, enfermó gravemente, y no le quedó más remedio que renunciar a su cargo de director y gerente general de la empresa. La tragedia, que pareció ensañarse con su familia, se agravó cuando su madre, al poco tiempo, también enfermó. Los tratamientos médicos de ambos resultaron tan costosos, que consumieron casi por completo los recursos familiares. Su padre, lamentablemente, no pudo superar la enfermedad y falleció luego de una tenaz y agotadora lucha que le llevó casi tres años. Gracias a Dios, su madre logró vencer la enfermedad que padecía, y pudo recuperarse. No obstante, para cuando todo esto había pasado, Pepe, mi amigo “El Miraflorino”, se hallaba frente a una terrible encrucijada.

Sus dos hermanos menores, iban a terminar pronto el colegio en el que se encontraban becados. Su familia no tenía ingresos, y los pocos ahorros que aún quedaban, estaban a punto de agotarse. Para colmo, sus padres debieron rematar la magnífica residencia de su propiedad, para afrontar los enormes gastos que los tratamientos de sus enfermedades demandaron. Ahora su familia vivía en un bonito departamento de Monterrico, pero exento de la espectacularidad de la hermosa mansión en la que se acostumbraron a vivir lujosamente. Para mi amigo “El Miraflorino”, el gran problema era cómo convertirse rápidamente en el sustento familiar.

Si bien Pepe se acababa de titular como ingeniero, a finales de la década de los ochenta, resultaba muy difícil para un joven profesional como él, conseguir trabajo bien remunerado, en especial cuando así lo exigían las apremiantes necesidades familiares. Presionado por las circunstancias, mi amigo buscó una y otra vez distintas alternativas. Tocó muchísimas puertas, y las pocas que se abrieron significaron siempre empleos de practicante o de profesional junior, muy mal remunerados. En su desesperación por encontrar mejores opciones, buscó en las convocatorias laborales que las empresas publicaban en los paneles de la secretaría de su facultad; y, en los cuales, algunas veces se filtraban becas interesantes. Grande fue su sorpresa cuando al hacer los contactos para tentar una maestría que incluía una beca integral en una magnífica universidad europea, descubrió no sólo que sería aceptado, sino que los ingresos que percibiría durante su estadía, serían inmensamente superiores a los de cualquiera de las alternativas de empleo que había encontrado hasta ese momento. Evidentemente, -producto de la devaluación de la moneda de la época-, el tipo de cambio lo favorecía extraordinariamente.

De inmediato, Pepe, me llamó para que lo ayudara a tomar una decisión. Aquí no encontraba trabajo, y si tomaba la beca, tendría una gran oportunidad de especializarse durante dos años en su profesión, y ahorrar lo suficiente para enviar a su madre cada mes el dinero que le permitiera afrontar holgadamente las necesidades familiares. Poco lo ataba aquí, pues incluso su novia, a quien todos sus amigos identificábamos “cariñosamente” como “La Quisquillosa”, ni bien cayó en desgracia, lo abandonó. No fue difícil dilucidar lo mejor para Pepe. Al poco tiempo mi buen amigo “El Miraflorino” partía hacia Europa para no volver.

A Pepe le fue muy bien en la universidad. Destacó de inmediato en los estudios, y en las labores de investigación que con ahínco y responsabilidad realizaba en la escuela de postgrado; todo lo cual permitió que rápidamente se ganara la confianza de las autoridades universitarias.

No obstante, y a pesar del notable éxito que “El Miraflorino” alcanzaba; en las esporádicas conversaciones telefónicas que teníamos, era evidente que algo lo afligía y le causaba profundo dolor. “La gente aquí es maravillosa”, me contaba Pepe. “Y, el trato que tienen conmigo es extraordinario. Es imposible pedir más. Me consideran y me llenan de atenciones. Y, por si fuera poco, ahora gano casi el doble que cuando llegué. Más agradecido no puedo estar por la acogida y oportunidades que me ha dado este país próspero y generoso; tanto como su gente entrañable y cordial”. Pero entonces, le preguntaba ¿Qué pasa Pepe?, y siempre me respondía lo mismo, “Ocurre que no sólo extraño a mi familia, sino a todo lo que me recuerda al Perú”. Y, agregaba con profunda nostalgia, “Jamás imaginé convertirme en un fanático del huayno, del vals y de la música criolla; de la marinera, del landó y del huaylarsh; de la música de la selva, y de la cumbia limeña y amazónica. Extraño nuestra comida inigualable. La diversidad. Los sabores. Los aromas. El folclore. Extraño las conversaciones dicharacheras y la familiaridad que sólo se dan entre nosotros. Extraño la “pichanga” de los jueves. Extraño todo. Absolutamente todo. En especial a nuestra gente. Muchas veces lloro en silencio, y sólo alcanzo a recuperarme cuando me imagino que estoy otra vez en el Perú”. Porque es verdad que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Y, al final, “El Miraflorino” me repetía como un estribillo doloroso e inolvidable que retumbaba en mis oídos, “Es ese, el Perú de todas las sangres, el que corre por mis venas; lo que amo, lo que extraño y lo que añoro”. Esa última frase, que sonaba para mí como un poema melancólico, cada vez que la decía, me emocionaba profundamente; porque comprendía como él, que el verdadero Perú es el que se siente y se lleva dentro.

Con el transcurrir del tiempo, y a pesar de la tristeza que la lejanía de nuestro país representaba para él, luego de terminar su maestría, a mi amigo Pepe, le ofrecieron continuar en la universidad para hacer un doctorado, y trabajar como supervisor en el laboratorio de investigaciones, por supuesto con un significativo incremento salarial ¿Qué más podía pedir? Sin embargo, la pena y la nostalgia lo seguían consumiendo. Hasta que, en una de nuestras últimas conversaciones surgió entre nosotros una idea providencial. “Pepe, tú viajaste a la universidad europea en la que te estás desarrollando, gracias a una beca que sólo tú aprovechaste ¿Qué pasaría si promueves que más estudiantes peruanos conozcan y aprovechen las becas que tu universidad otorga? Te llevarías un pedacito del Perú y de nuestra gente a Europa.”

Dicho y hecho. “El Miraflorino” se puso a trabajar intensamente, con el propósito de que más egresados universitarios peruanos pudieran conocer y aprovechar las becas que su universidad otorgaba cada año. Como por arte de magia, comenzaron a llegar a la universidad europea en la que mi amigo trabajaba, becarios de la costa, sierra y selva del Perú. Su mundo cambió por completo. La última vez que hablé con Pepe fue a inicios de los noventa, y me di cuenta que había vuelto a ser el mismo que conocí antes de su tragedia familiar, de sus decepciones, y de su viaje que lo alejó del Perú. El hecho de volver a alternar con tantos de nuestros compatriotas, le había devuelto el alma, la vida y la alegría.

Cuando recuerdo a mi amigo “El Miraflorino”, me queda claro que para los que tenemos el privilegio de vivir en el Perú; tal vez nos haga falta reflexionar sobre lo que significaría encontrarse lejos, para entender el inmenso valor que tiene estar en nuestra tierra. Quizás así, nos podríamos enfocar mucho más en todo aquello que compartimos como peruanos, en lugar de lo que nos separa y nos divide. También comprendo que, al margen de la posición que ocupemos, de los prejuicios, de los matices o apariencias; o, inclusive, del lugar del país en el que hayamos nacido o al que pertenezcamos; el verdadero Perú es el que se siente y se lleva dentro; pues, al fin y al cabo, es ese sentimiento, el que nos une, nos hermana; y, el que importa.

Tal vez sea por eso, que cada vez que me acuerdo de “El Miraflorino”, venga a mi mente el estribillo melancólico con el cual me emocionaba al terminar nuestras conversaciones. “Es ese, el Perú de todas las sangres, el que corre por mis venas; lo que amo, lo que extraño y lo que añoro”. A la distancia, ahora que te recuerdo, te hago llegar un abrazo emocionado, mi querido amigo, “El Miraflorino”, por el profundo y ejemplar amor por el Perú que has llevado siempre contigo; y, que estoy seguro, aún llevas dentro de ti. Estés donde estés.

Categoría: Peruanidad

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Felipe Javier Leno Montero

Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú, con gran experiencia en gestión pública y privada. Facilitador y consultor en temas de liderazgo y coaching. Coach (International Leader Coach Certification) por la Professional Coaching Alliance – PCA, con número de Registro 10510.