07 / 11 / 2021

El COVID EN 7 DÍAS

Siete meses después de mi paso por el hospital para enfrentar al Covid, un recuerdo en clave de humor de esos siete días (26 marzo-1 abril).

Día 1, persiguiendo oxígeno o una cama hospitalaria, llegamos al hospital regional de Trujillo, donde milagrosamente fui admitido, desde las cinco de la tarde, recibí oxígeno en el patio y cerca de la medianoche ocupé una camilla en una carpa. Vestía únicamente ropa descartable, vaya frío que sentí al transitar por los patios rumbo a rayos X donde, para sentir un poco de afecto, abracé a la placa que contendría la radiografía, con los brazos cruzados, como en el NO a Susana Villarán.

Día 2, después de dormir la primera noche en la carpa, pasé a una habitación para cuatro camas, el oxígeno lo recibía mediante cánulas, pero el viejito a mi costado usaba una mascarilla, la que al primer descuido se colocaba en la oreja, como si del zapatófono del súper agente 86 se tratase. “¿Qué hace señor?”, le pregunté. “Estoy escuchando cómo satura”, me respondió convencido.

Las enfermeras optaron por atarlo a las barandas para que no haga eso y pese a los nudos marinos que le hacían, lo encontraban siempre de pie, hablando por su teléfono imaginario. Yo dormía a ratos y nunca pude ver cómo hacía para desatarse, este discípulo del mago Houdini.

Día 3, mi otro vecino de cuarto, con el mismo hartazgo que me produjo la trilogía del “Señor de los Anillos”, merecía ser llamado “El Señor de los Pañales”, pues pedía a cada rato que se lo cambien pese a no necesitarlo. Las santas enfermeras accedían, total, eran sus pañales los que se gastaban. En la noche, nos daban la cena muy temprano y era un buen momento para leer pero este peculiar caballero pedía con insistencia que apaguen la luz para dormir, para empezar al rato, con sus gritos de cambio de pañal.

Ese domingo temprano, se escuchó a lo lejos una misa, oraciones y canciones incluidas. Fue bueno tener un momento de recogimiento y de oración.

Día 4, la mañana del lunes me informaron que sería trasladado a otro hospital pues me estaba recuperando. Un intento de despedida a mis vecinos reprodujo al émulo de Houdini conversando animadamente desde su mascarilla en la oreja y al señor de los pañales con la vista fija en el que usaba en ese momento.

El trayecto de mi cama a la ambulancia probó la fuerza de mis abdominales, la silla de ruedas no tenía apoya pies así que sentado con estos en el aire debí sostener todas mis cosas, incluido el oxígeno, sobre mis piernas. Al llegar a la ambulancia, mi saturación de oxígeno bajó levemente.

Día 5, a la mañana siguiente en el nuevo hospital, la auxiliar entró a ofrecer llevarnos al baño. Me hacía mucha falta afeitarme así que ella, muy amable, conectó mis cánulas a un pequeño balón de oxígeno, conduciéndome en una silla de ruedas.

Me afeité frente a un espejo con agua tibia y cuando me disponía a sentarme en la silla de ruedas, empujé con el pie el balón de oxígeno que se cayó o como diría Castañeda, se desplomó y en tal desbarajuste, se rajó el vasito que contenía el agua que burbujea dentro. La auxiliar tomó el control de la situación, y con voz firme me ordenó que tape el huequito con el dedo y me condujo a hiper velocidad hasta mi cama donde la diestra piloto conectó mi manguera a la fuente de oxígeno, permitiéndome respirar con normalidad.

Día 6, había desayunado todos los días en ese hospital un vaso de leche y uno de cereal o avena con trozos de fruta dentro, panes con queso el lunes, panes con huevo revuelto el martes. El miércoles, muy temprano, me quitaron el oxígeno viendo que estaba respondiendo bien al tratamiento y quizás también para que no cause un desbarajuste parecido al que produje el martes, antes del rally del baño al cuarto.

Al desayunar, tomé un sorbo de leche y cuando iba a morder el pan, se me ocurrió ver qué había dentro. Sudé frío, me quedé inmóvil sin capacidad de reaccionar. Dentro de cada pan, había tres aceitunas, negras, brillantes y apestosas. De haber estado conectado a una máquina que midiese mis latidos, ésta habría producido mucho ruido y activado los protocolos de emergencia.

Día 7, la mañana del jueves cumplí un día sin oxígeno. El médico de turno me revisó y dispuso mi alta. Había que alistarse para esperar a que me recojan. El viaje a casa en el taxi me mostró un Trujillo desolado, y ahí me enteré de la estricta cuarentena de Semana Santa.

El enclaustramiento en casa me dio unos días de reflexión y calma. El Covid pasó y me devolvió con mucho para contar. Y lo primero, agradecer a la primera línea de batalla contra este mal, enfermeras y médicos dedicados a quienes debemos demasiado.

Categoría: Salud

Etiquetas: ,

Ricardo Villanueva Meyer Bocanegra

Trujillano, Magister en Gestión Pública.