“El corrupto no puede aceptar la crítica, descalifica a quien la hace, busca disminuir cualquiera autoridad moral que pueda cuestionarlo” (Papa Francisco, 2014)
Desde hace unas semanas y una vez más, estamos siendo testigos a través de los medios de comunicación de un conjunto de destapes relacionados con lo que se ha venido en llamar el escándalo de la “Vacunagate” y que ponen de manifiesto y confirman la percepción que tenemos los peruanos respecto al profundo nivel de corrupción en que se encuentra empantanada la clase política de nuestro país y sus principales autoridades.
Lo que sorprende es que frente a la evidencia de la corrupción mostrada, haya un importante sector de la opinión pública autodenominado como progresista o por los contrarios como “caviar”, que no manifieste la misma indignación que tantas otras veces ha mostrado frente a otros escándalos similares pero protagonizados por sus rivales de siempre es decir, los “anti caviares”. Y es que en el Perú de un buen tiempo a esta parte, muchos actores políticos y “opinólogos” miden con diferente rasero los actos de corrupción dependiendo de la orientación política o ideológica del corrupto.
Así y a su vez, si el delincuente es cercano o pertenece al sector “anti caviar”, este pretenderá minimizar el delito con una indulgencia pasmosa de la que carecerá cuando el corrupto sea su contrario ideológico o “caviar” siendo que de esta manera, terminamos enfrentándonos a una especie de bipartidismo de bandas delincuenciales o mafias de diferente signo ideológico, donde la una es peor que la otra y ambas carecen de la capacidad de autocrítica necesaria para reconocer o admitir sus propias miserias o delitos, señalando farisaicamente la pajita en el ojo del rival antes que la viga en el propio.
Entonces, si los que hacen las denuncias no piensan como uno y van contra los que sí – es decir contra los que piensan como nosotros – aunque las mismas sean objetivas y contundentes, el sector ideológico comprometido antes que reconocer su falta se detendrá a perder el tiempo especulando sobre la intencionalidad oculta de las acusaciones y la calidad moral de los denunciantes en vez de buscar remedios contundentes y eficaces contra este cáncer que esta enquistado en nuestro país desde tiempos virreinales, haciendo metástasis en todo su tejido social e institucional y al que ya de una vez por todas deberíamos erradicar.
Y es que un hecho o acto de corrupción siempre será malo per se independientemente de quien lo cometa o lo denuncie, siendo que desde una perspectiva ética o moral estamos obligados a combatirlo o perseguirlo provenga de quien provenga ya sea de nuestro amigo, aliado, colega, socio o de quien piense como uno. Basta ya pues de tanta hipocresía y doble moral a la hora de emitir juicios sobre la corrupción. No en vano, exhibimos el bochornoso espectáculo como país de contar con un elenco de ex presidentes sentenciados, procesados o denunciados, lo que motivó al Papa Francisco en su visita al Perú, a preguntarse no sin sorpresa por la razón por la que todos nuestros Presidentes terminaban presos.