¿LA MÚSICA CRIOLLA ES UNA ETERNA AGONIZANTE?
Escribe Luis Ángel Olivera Taboada │ Criollo Soy │
Provengo
de una familia con poca afición a la música criolla tradicional, salvo algunos
recuerdos de niñez que me remiten a reuniones donde se oían a los clásicos
representantes del criollismo y se hacía un esfuerzo titánico por recrear
algunos de los bailes típicos de la costa del país, casi siempre para terminar
la fiesta, no conservo en mi memoria algún otro referente que pueda haber
despertado la predilección que llegaría a ejercer por nuestra música local.
Casi
podría asegurar que mis primeros contactos con el estilo más tradicional del
cancionero criollo y su acervo cultural se inician con mi acceso a la
producción “La Gran Reunión: Los Guardianes de la Música Criolla” producción
emblemática de la Productora Sayariy del año 2009, la cual además de un
documento histórico de lujo constituye una verdadera reivindicación de nuestra
música popular y sus cultores más genuinos. Alguna vez oí decir que este disco
era comparable con el célebre documental “Buenavista Social Club” del
guitarrista Ry Cooder sobre el folklore de Cuba y estuve completamente de
acuerdo con esta afirmación, pues hasta ese momento no había tenido acceso a un
material tan bien documentado, que reuniese a verdaderos ejecutantes del
criollismo tradicional – muchos de ellos ya extintos – y con niveles de
producción que le habían sido negados injustamente a nuestra música en las
últimas décadas por considerarla no comercial.
Considero
que este primer contacto con el criollismo más genuino constituyó para mí una
verdadera epifanía. De conocer los clásicos cinco valses y los intérpretes de
siempre de la radio y televisión, me encontré con un bagaje amplísimo de
compositores, letras, instrumentos y modos de ejecución, intérpretes, centros
de reunión, entre otros ingredientes, que alimentaron aún más mis ansias de
conocimiento sobre este mundo.
El
caso es que con el paso del tiempo, proseguí con este interés llevándolo a
niveles casi de investigación, consiguiendo adentrarme en cierta medida en los
sectores más ortodoxos del criollismo, a través de la recopilación de material
de la época dorada del género, de la visita de verdaderos bastiones de la
cultura criolla – casi en su totalidad escondidos al circuito comercial de la
música local – y sobretodo conociendo muchísima gente involucrada con esta
misma preferencia musical.
En
tiempos en que la música criolla y muchas otras manifestaciones de nuestra
cultura popular son relacionadas con senectud, resulta verdaderamente
sorprendente conocer cuán involucrados están los jóvenes con el género y el
dinamismo que impregna el quehacer de los representantes de la bohemia criolla.
En contra de lo que podría pensarse, existe gran actividad en centros musicales
y mucha gente inmersa en el género: sea investigando, componiendo o
interpretando; y felizmente con altos
niveles de profesionalización, lo que permite sostener que el criollismo no se
encuentra en estado agónico ni mucho menos muerto, pues permanece vigente
gracias a mucha gente comprometida con esta causa común. Es cierto que aún se
requiere de muchos esfuerzos para que surta el efecto multiplicador que lo
catapulte al sitial que le corresponde, pero frente a lo que muchos pensarían,
no vamos por mal camino.
Alguna
vez escuché decir en una entrevista al genial guitarrista y productor Willy
Terry que uno de los puntos débiles del
criollismo en el Perú era su escasa difusión. Tengo que darle la razón. Pues
este aspecto quizá tenga que ver en el hecho de que nuestra música se encasille
en determinados círculos y no haya conseguido aún la popularidad de la que
gozan otras muestras de folklore en el mundo.
Quizá
sea ese el mayor desafío para nuestra música en la actualidad: Conquistar una
presencia que sea atractiva para otros sectores, sin encasillarse únicamente en
sus bastiones más férreos, consiguiendo un justo equilibrio entre el respeto
por la tradición y la imperiosa necesidad de hacerse vigente en una sociedad
que avanza vertiginosa y que en medio de su ajetreo no siempre se da espacios
para involucrarse en una búsqueda tan delicada como la que hoy por hoy supone
el conocer el verdadero espíritu criollo en el Perú.
Tener
conocimiento de la plena vigencia de otros géneros folclóricos alrededor del
mundo es por lo menos un buen incentivo en esta cruzada. Experiencias como el
célebre “Corral de la Morería” de Madrid, considerado por la crítica como el
mejor tablao flamenco del mundo y con entradas agotadas casi todas las semanas,
llenos totales en recitales de tango en Buenos Aires y la altísima demanda por
entradas al famosísimo cabaret “Tropicana” de La Habana, son muestras de que se
puede – y debe – apostar por nuestro acervo cultural y trabajar por llevarlo a
sitiales de primer nivel para deleite de locales y foráneos, pues con ello
también se alimenta nuestra identidad.
El
criollismo es un estilo de vida, que agrupa y brinda identidad, particular y
colectiva, a quienes por herencia familiar, lazos amicales o por simple
curiosidad – o casualidad – deciden profundizar en su conocimiento y caer
rendidos ante sus atractivos. En tiempos como los actuales, en los cuales por
suerte todo lo nacional va tomando especial relevancia, sería muy provechoso
tomar interés por la cultura que quizá nos abrace a la mayoría de los peruanos:
La criolla. Pueden dar por descontado que además de una experiencia muy
edificante será una ocasión perfecta para disfrutar como sólo los criollos
saben hacerlo – como diría el galardonado compositor y cantor José Villalobos
Cavero - “Guitarra, cajón y olla; eso es
la música criolla”.